En una noche de invierno sin nubes la temperatura del aire encerrado en una cámara hermética (como son, más o menos, nuestros invernaderos) acabará siendo menor que la del exterior. Este fenómeno, llamado inversión térmica, parece ir en contra del sentido común; pero cualquiera puede comprobar su veracidad si, en una noche rasa de invierno, aparca su coche en la calle y tiene que conducir al amanecer. El vehículo estará más frío y habrá que poner la calefacción o, si no tenemos, abrir las ventanillas para caldear un poco la cabina. Para entenderlo es necesario entender qué es el calor y qué es la temperatura.
El calor es la energía que tiene un sistema, entendida como la intensidad del movimiento de las moléculas o átomos que lo forman. La temperatura es sólo una manera de medir ese movimiento. Un ejemplo con el agua (un poco infantil, pero válido): A más de 100ºC las moléculas de agua hierven como locas y se escapan a volar por el aire; a 70ºC nadan muy rápido y a 5ºC nadan más despacito; por debajo de 0ºC se quedan heladas y quietas, pero todavía vibran; y a -273ºC dejan de vibrar en absoluto. Esta energía de movimiento a la que llamamos calor tiende siempre a homogeneizarse, trasladándose de las zonas con más energía (o sea, más calientes) a las que tienen menos energía (o sea, más frías) de tres formas:
1.- Conducción: Las moléculas cambian energía porque se tocan entre ellas, como cuando mi novia (un beso, cielo) me arrima sus pies fríos por la noche.
2.- Convección: Un grupo de moléculas con más energía se mueve a otro lugar donde las moléculas tienen menos energía, como en una chimenea el humo sube por el tiro y acaba calentando el segundo piso.
3.- Radiación: Un grupo de moléculas con más energía emiten radiación infrarroja y ceden energía a otras moléculas, sin tocarlas ni moverse. Es exactamente lo que pasa con los radiadores de las casas (por eso precisamente se llaman así)
En los invernaderos las pérdidas por conducción son mínimas. Por convección funcionan las ventanas y, en menor medida, las bandas; que durante la noche están cerradas. Las pérdidas por radiación se reducen con los plásticos térmicos que utilizamos, que precisamente son bastante opacos a la radiación infrarroja. Pero todo tiene un límite, el invernadero va enfriándose poco a poco, y al final de la noche no le queda prácticamente energía (o sea, calor) que ceder a la atmósfera y su temperatura será muy similar a la del exterior.
Pero entonces… ¿Por qué sólo hay inversión térmica en las noches rasas? Simplemente porque la capa de nubes actúa como un inmenso plástico térmico muy impermeable a la radiación infrarroja, devolviendo a la tierra gran parte del calor pérdido. Una noche nublada la tierra se enfría muy despacio, la temperatura exterior es más alta y nuestro invernadero estará un poco más caliente que la calle al amanecer. Pero una noche sin nubes la tierra se enfriará rápidamente, la temperatura exterior será mas baja y nuestro invernadero estará al amanecer como nuestro coche, más frió que la calle. Lo único que podemos hacer para caldear un poquito el invernadero hasta que levante el sol es, igual que en el coche, poner la calefacción (si es qué tenemos) o VENTILARLO al amanecer. O sea, justo lo contrario de lo que todos hacemos. En fin,... ¡Cosas de la física!